miércoles, 20 de octubre de 2010

Me rasco.

Me rasco el culo cada quince minutos, me duelen los huevos de estar mirando el culo que tengo enfrente, donde sea, siempre hay uno meneándose.
Frígidas y ninfómanas lo endurecen cuando lo chocan contra otros culos diferentes, y sienten ese abatamiento cerebral, por no entender acerca de aquel sudor a lo largo de sus cosquilleantes espaldas. Tensando a las pestañas postizas, sin soslayar, anonadan al monstrísimo sol.
Desde sus pétreas pupilas, amedrentando toda formalidad, total, en las puertas de cualquier edificio público, infinidad de perros chupan y succionan los genitales de otros perros, se olfatean unos a otros.
Sin girar, como hace un siglo, cerca de mí, tan cerca del desconocido con involuntarias sospechas, recíprocas, recíprocas, recíprocas.
Son para mí, seducciones puras, brutas sensaciones que renacen de lo más interno, en los transportes de carga humana.
Como para tener desaforadas ganas de gritarle al de al lado: ¡Te quiero más que a mi mano izquierda!
Enrollada, zanahoria, ninfa dorada, pestilente entrepierna, labios de miel, puta de mierda, de juguete, de banana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario