martes, 30 de noviembre de 2010

El deseo.

Sujetado por visiones y recuerdos sin imágenes, alguien llora por última vez, por la sorpresa, por la culpabilidad de ser inocente. Y así haber dejado atrás un amor, que vuelve a ser libre, y que ahora anda desajustado y en libertad.
Para que vos quedes ahí tan trémola y enamorada. Por eso no iras a la carcel, solo buscaras una explicación que calme.
Inimaginable y sola tratando de reír, bailar te veo, tratando de sentirte mejor y mejor. Nosotros reímos pero solo de borrachera, solo también cada uno de nosotros, pensando en la felicidad que nos corresponde, y no nos damos cuenta de la multitemporalidad que se entrecruza en nuestros corazones.
Lo único seguro es lo irremediable de nuestro interminable deseo. Él es el único culpable, él es el que nos hace sentir corazones insatisfechos, para toda la vida, el deseo, si por una manta oscura pudiera ser cubierto.
Pero es imposible, a sus rayos nada los vence, el deseo es nuestro sol, y dependemos de él hasta desear la muerte.

viernes, 26 de noviembre de 2010

El hombre.

Pensando en que lo deparará el destino, su futuro, su virtud de solidaridad teniendo que dar no más que las gracias por todo, desde siempre y hasta cuando.
El hombre presiona cada tentáculo contra su cara, como una máscara que lo aprisiona para la eternidad, perpetuo de no querer ver a cada tentáculo como lo que son, dedos, su vista está libre y así le dice a la pared: "¿Que voy hacer de mi?"...
¡¿Pero a quien le habla este señor?! A la blanca pared, horribilidad oscura, hacedora de desmoralidades que son inconfesables, solo ella escucha entre silenciosas riadas.
"Desdibuja esa sonrisa, te lo pido por lo que más quieras". Dice el hombre todos los días a la misma hora.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Vacío.

Estoy viendo a tu cabeza de hada violeta, te acaricio y veo a tus orejas, pequeñas, toda una noche vos ahí y yo acá, no sé si por el veneno de la alta hora que ya no volverá, o en verdad de tristeza tuve ganas de llorar.
Vos sos mi santo, nada más natural que tus cabellos, porque no necesitas de perfumes ni de maquillajes, sos como bajo el agua o como cuando dormís.
Expresas una seguridad sobre tus piernas que a todo lo dejas cristalizado, admirado, sereno, viéndote imponente pero nunca desde abajo, sino, desde un martirio que busca paz, por un alma que vibre como víboras, para que en noches frías me acobije tu mirada.

domingo, 14 de noviembre de 2010

En mi vagón.

Soledad en colectivos, todo el mundo está solo, también en aeropuertos sin saber que dejar, sin saber que olvidar, siempre acompaña la melancolía y la triste desazón de perderse y volver llorando. En cambio, no están así los que viajan acompañados, ellos mienten porque emplean comentarios ficticios como: ¿hoy lloverá? Ellos se dirigen a sus puertas despejados, olvidando las miradas desoladas que los envidian.
Todo el mundo revisa alguno de sus bolsillos, curioseando pelusa con las puntas de los dedos índice y meñique, saborean el retorno a la almohada que los abraza para sentirse acompañada una noche más. Cada uno de los pasajeros se observan mutuamente, cada respiración, cada bombeo azaroso, y cada tanto un suspiro. Ellos se disparan, se acribillan con líneas muy punteagudas, para amarse y reconocerse el uno al otro. Identificándose la misma pena de ayer, el mismo dolor de espalda, el mismo desamor. Todos viajan multifrustrados, yo me doy cuenta porque ya nadie sonríe por algún chiste que haya vuelto a la memoria, ni por la cara del otro, todo el mundo solo recuerda pesadillas y siente lástima por el que tiene enfrente, y a su vez se ve reflejado en aquel que metamorfosea el llamado a la muerte, por culpa de su desdicha.
Tu vestido floreado, gris por el uso, huele a la misma lluvia humilde que no me detiene hacia el asesinato. Humillante es no reconocer las delicias de la vida, lo que pasa es que muchos lloran, y se conmueven tres veces por día, siempre mirando televisión.
Que triste es ver a través de esta ventanilla, si, hermosa acompañante incondicional pero perturbadora de mentes agobiadas como la mía, que ahora mismo se dirige hacia el exilio de la realidad marchita. Me voy a hundir en un sueño maravilloso, donde quizá aparezcas con tu mismo vestido floreado, donde me trasnforme y me encierre para siempre tu monótono NO. Y quede insondable sin ancla entre tus dientes.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Todas las palabras.

Tendría que tener todas las palabras dentro de mi mente, y no las tengo. Tengo únicamente una lapicera en la mano, y la seguridad de que solo quiero estar a tu lado. Desde ya que se trata de una emputecida idea que no puedo desunir de mi alma, creo que eso es lo que pienso, y trato de razonarlo sin palabras. Mentira, mierda y más mierda es lo que precipito de mis labios, para que la destrucción sea más leve, por el detrimento del otoño que tan apasionado me resguardó de la caliente beatitud.
No lo puedo creer, en solo diez años pasé de los veinte a los teinta, y solo descubrí que el tiempo es insalubre cuando no estas. Eso solo. Cuando tengo los ojos avidriados, y no me deja de sorprender mi predisposición para habituarme a dormir entre la sangre de mis días, mis días, la melodía mínima de no saber de cuantas maneras diferentes uno puede quedar inmovil, desde cuantas partes la fuerza sostiene el dolor de nuestro cuerpo para no movernos. En mi nido la oscuridad es la única que me acaricia, caundo la noche regresa semicerrada, semicerrando la oscuridad a mis ojos, me toco partes desconocidas de la cara, me descubro huesos. Mierda y más mierda vuelvo a repetir, mi oscuridad no traspasa tu luz, pero tu luz si trapasa mi oscuridad. Ahora ya lo sé, todo es por eso.
Mi tierra es una nube deshabitada, mi futuro es el mundo de la carne inhallable.
Ella no me escucha cuando abro los ojos, ella es una mujer nocturna espiando a mis ojos escondidos, ella duerme en mi camino, lo sé.
Un tranquilo descenso del vigor espiritual, no me recupera, por eso me elevo de la cama, decido bajar los pies de la cama, ya que semidespierto aprendí a defenderme con espadas de hielo. Avanzo con cautela, con los brazos extendidos hacia adelante, todo se aleja y la perilla de la luz desaparece, la oscuridad es infinita y melodiosa. Vuelvo como todas las noches a contemplar la luna, aunque sea, levanto la vista y listo, pero miro hacia arriba, al oscuro cielo, ya que es lo único que compartimos, al infinito cielo, sin horizontes, es nuestro, de los dos.

domingo, 7 de noviembre de 2010

lunes, 1 de noviembre de 2010

El pibe que se cayó en un pozo.

Hacia arriba veo un cielo muy celeste y rápidas nubes algodonadas, y a los pastos que bordean al agujero, a esa boca que me engulló sin saboramientos.
¿Si me caí? Si, creo que eso fue lo que me pasó, me caí, lo que no sé, hace cuanto tiempo estoy acá, no logro escuchar a nadie, si presto atención me puedo llegar a dar cuenta de un viento que aúlla a lo lejos, como los de aquellas películas donde muestran a un pueblo desolado, fantasmal, de esos pueblos que por más deshabitados que estén a medianoche siempre cencerrean unas campanas. Pero a mi no me preocupa, en cualquier momento llegaran todos, si, todos, me refiero a los de la televisión y demás medios de difusión, todavía es temprano. Parece que recién me he caído. Allá arriba se ve un día espectacular, deben ser alrededor de las doce del mediodía. Desde que abrí los ojos no dejé de mirar hacia arriba, y no me di cuenta, no presté atención de lo extraño que es este lugar, en verdad, es cómodo, estoy acurrucado y algo cansado de esta posición, como si hubiera pasado la noche en este lecho. Tengo ganas de levantarme y caminar, de volver sobre las huellas que hice de ida. Debo tener a las carnes amoretonadas, aunque tuve suerte en que no me doliera semejante caída, estoy como a unos siete u ochos metros de profundidad, y las paredes son rocosas y difíciles de trepar. Este siniestro agujero es como un maldito embudo, en el que no puedo cambiar de posición, estoy como en un mundo prenatal, por lo menos, hasta ahora no tengo frío, no tengo calor, no tengo hambre, no tengo ganas de orinar ni de cagar, todo está muy tranquilo, y arriba el celeste del cielo es perfecto, plano, como cuando en una pintura no hay rastros de la pincelada, como si jamás haya existido aquel trazo, es raro, lo que más me llama la atención, son las increíblemente bellas nubes, viajan tan parejas, aparece una y luego otra, una atrás de la otra, son todas tan iguales, como si el tiempo no avanzara, como si existiera otro tiempo, uno antiterrenal. Estoy tan seguro de lo que veo, por la tenue luz mortecina que me rodea las manos. Me restrego los ojos, quiero ver que pasa allá arriba. Me sorprende el no haberme fracturado ningún hueso. Pude sentarme y veo a mis rodillas, a mis pies descalzos, estoy limpio, tan limpio como un bebé perfumado. Debajo mío, observo el suelo cubierto por una cosa mohosa, como a una alfombra lo siento, lo siente mi piel, la tersura de mi piel desnuda. Porque estoy desnudo en esta interesante catacumba, nunca antes había estado en un lugar así. No dejo de mirar tenazmente hacia mi ventana, a mi nueva ventana, estoy esperando a mis quince minutos, me estoy aburriendo de esta penitente espera, bueno, como toda espera, se vuelve desesperante, lo que se espera, ah, sí, el rescate, mi salvación... Pero que tontería, no me di cuenta de gritar, avisar a gritos de mi existencia, alguien tiene que pasar cerca de este agujero de la muerte, alguien que se píe de mí. ¿Cuánto tiempo más voy a estar en esta fosa? Y arriba sigue todo igual, todo tan igual como aquella luz vivificante, que me hace dar cuenta de que no necesito ninguna otra cosa. Es tan raro estar aquí abajo, es todo tan raro en este lugar, estoy perdido en los días, me doy cuenta de mi bestialización, escucho a la animalidad de mi lengua, no sé como expresar lo que pienso. Mis pies están limpios, y de golpe tengo claridad en las palmas de mis manos, y estas paredes son la cosa más suave que rocé. Lo único que sé, es que tuve que abrir los ojos para darme cuenta de donde estoy, de quien soy, o mejor dicho de que existo. Son nubes todo lo que pasa por mi ventana, y son hermosas amigas, a las que quiero mucho, no, mejor dicho, son como hermanas a las que conozco desde hace mucho tiempo.
Aquí la verdad es que me siento abrigado, nidificado, no sé porque alguien se tiene que enterar de mí.