domingo, 14 de noviembre de 2010

En mi vagón.

Soledad en colectivos, todo el mundo está solo, también en aeropuertos sin saber que dejar, sin saber que olvidar, siempre acompaña la melancolía y la triste desazón de perderse y volver llorando. En cambio, no están así los que viajan acompañados, ellos mienten porque emplean comentarios ficticios como: ¿hoy lloverá? Ellos se dirigen a sus puertas despejados, olvidando las miradas desoladas que los envidian.
Todo el mundo revisa alguno de sus bolsillos, curioseando pelusa con las puntas de los dedos índice y meñique, saborean el retorno a la almohada que los abraza para sentirse acompañada una noche más. Cada uno de los pasajeros se observan mutuamente, cada respiración, cada bombeo azaroso, y cada tanto un suspiro. Ellos se disparan, se acribillan con líneas muy punteagudas, para amarse y reconocerse el uno al otro. Identificándose la misma pena de ayer, el mismo dolor de espalda, el mismo desamor. Todos viajan multifrustrados, yo me doy cuenta porque ya nadie sonríe por algún chiste que haya vuelto a la memoria, ni por la cara del otro, todo el mundo solo recuerda pesadillas y siente lástima por el que tiene enfrente, y a su vez se ve reflejado en aquel que metamorfosea el llamado a la muerte, por culpa de su desdicha.
Tu vestido floreado, gris por el uso, huele a la misma lluvia humilde que no me detiene hacia el asesinato. Humillante es no reconocer las delicias de la vida, lo que pasa es que muchos lloran, y se conmueven tres veces por día, siempre mirando televisión.
Que triste es ver a través de esta ventanilla, si, hermosa acompañante incondicional pero perturbadora de mentes agobiadas como la mía, que ahora mismo se dirige hacia el exilio de la realidad marchita. Me voy a hundir en un sueño maravilloso, donde quizá aparezcas con tu mismo vestido floreado, donde me trasnforme y me encierre para siempre tu monótono NO. Y quede insondable sin ancla entre tus dientes.

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