Estoy viendo a tu cabeza de hada violeta, te acaricio y veo a tus orejas, pequeñas, toda una noche vos ahí y yo acá, no sé si por el veneno de la alta hora que ya no volverá, o en verdad de tristeza tuve ganas de llorar.
Vos sos mi santo, nada más natural que tus cabellos, porque no necesitas de perfumes ni de maquillajes, sos como bajo el agua o como cuando dormís.
Expresas una seguridad sobre tus piernas que a todo lo dejas cristalizado, admirado, sereno, viéndote imponente pero nunca desde abajo, sino, desde un martirio que busca paz, por un alma que vibre como víboras, para que en noches frías me acobije tu mirada.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
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