sábado, 23 de octubre de 2010

Saltimbanqui.

A los alquimistas medievales, que en sus laboratorios descubren o inventan el elixir salubre, he mezclado sustancias que mi cerebro aún no las ha incorporado imaginables. Cautivador digo cosas con la mirada de perro incomprensible. ¡O causalidad! Se trata de aquellas noches de inconciencia, como cuando hasta cierta edad la memoria no cuenta.
No puedo creer lo que ven mis ojos, ciudades nubarradas se edifican ante mí, inmensas y listas para ser saltadas. Las mujeres se adornan para durar así infinitamente, provocan tal intensidad que oscurecen la atmósfera. Muchas de ellas tan femenino y sobrenatural, nos engañan, tan ambicioso e individual, que confunden y dañan.
Lo embellecido es mentira, como lo es una pesadilla llena de desfiguraciones faciales. Uno nace ciegamente entregado, desdeñado a carnes rojas y crudas en busca de pasiones, sin interpretar, que únicamente nos fecundan para dirigirnos derecho al pantano...
Bromista embriaguez que todo lo envuelve risible. El acróbata de los sueños, no es soñado, es real, y a los aletazos no le importa caer con los brazos hacia arriba.
Luego de tanta magnificencia, por abandonar con los ojos lo que conmueve, y dedicarme a buscar sorprendentes plumas de colores. Un día después, el dolor es tan intenso que me duele todo el cuerpo, menos el corazón, lo tiraremos a los tiburones. Que nos duela la piel, por sentirnos en el desequilibrio de estar toda una noche con los ojos cerrados.
Adormecer atenazados, gracias a la compasión de efervescentes duendes, para frenar a los resortes mentales, así una vez despierto, no reconozco a los que veo en sueños.
Porque la duda del recuerdo, salva al culpable.

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