lunes, 27 de septiembre de 2010

La enceradora.

Con la cabeza absorbida por el zumbido de la enceradora, el sonido de este artefacto me hace caer en ensueños llenos de beatitud, es agradable como se me irisa la piel al escuchar esa música mínima en variaciones, falta de compases. Dejarme hundir por ella es como viajar, aflojar mi mente con cosquilleos, y que se me escapen suspiros de imaginación. Abandonarme en una languidez muscular, y que la voluntan se exprese solo a través del deseo...
Estando despierto, y con los ojos entrecerrados puedo armar los sueños más plácidos, consta solo en querer volar, anonadando ángulos, paredes y techos ordinarios como al primer parpadeo del recién nacido, sin artificios venenonos. Es ese ruido, increible, y lo es más porque nadie, nunca, jamás me hizo algún comentario al respecto. Pareciera como si yo solo pudiera disfrutar de semejante sensación. ¿Que bueno!

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