viernes, 10 de septiembre de 2010

La lluvia y la moral.


Como moral, necesité absorber de todas las mañanas, de todas las tierras. Respirar de todas las raíces y mirar hacia el sol, hasta que te conocí. Luego solo tu lluvia me hizo falta.
Sigilosa y exuberante así es tu lluvia que me ve como si no fuera yo, como si vos fueras otra. No me confundas entre muñecos. ¿De donde viene esa lluvia? No lo sé, seguramente de la droga.
Imagino verte, pero solo son manchas en el vidrio.
Tus suaves sombras me persiguen entre tinieblas. En cada persona te veo, vos no lo sabes, pero muero de celos por cada hombre con quien enteblas conversación, mataría a todos con los que hablas. Te espero, porque de nada sirve desear encontrar a otra como vos, porque lo esencial es tu alma tan inmaterial, que sigas siendo niña, y por más que hayas perdido la inocencia, que sigas desesperada por jugar hasata morir.
Sobre todas, tu presencia me atrapa. A la gente la veo venir e irse, pero, sobre todas tu presencia me atrapa.
Tu lluvia es una pantera sedienta, madura, una desprotegida madre, mostrándome tu semblante la necesidad de querer experimentar intensidades nunca antes gozadas.
Te hundís en el cemento y estás dispuesta a que todos te pateen sin pena, cruzas la calle sin mirar hacia ambos lados, sin miedo de ser atropellada.

No todo lo invento, la señora lluvia me atrapa para llevarme a sus pies, es un placer extraño y sublime, como novedoso, no puedo dejar de disfrutarlo.
Caminaré desnudo por toda la casa, y alejarme es lo pretendo. Estoy desnudo, destinado a caminar así por tu lluvia. Ella es la que se mece y yo con ella dejo de ser hora, vidrio, paredes, seducción, destino, silensio, deseo, nada.
Cierro los ojos y comienzo a bailar ante todas las que me dejaron, amaron abandonado.

Porque tu ternura es el despertar, que mi piel te imite hasta sentir tu frío.
Porque tu ternura es el nacer, cuando las hojas bajo el agua son pájaros que cantan sin identidad.

Truenos o motores los confundo, y me sucumben cuando pienso en cual otro fin de siglo, habrá existido como límite de la realidad la señora lluvia. La tierra es mi camino de piel, que no me deja controlar mi voluntad avasalladora, de no importarme nada, y continuar desnudo y despreciado por pretender lo imposible.

Azulina esperanza de despertar y cincelar almas dormidas, auras descoloridas, para poder entrar donde hay fotos de quienes ya están sin vida.
Ella tiene que ser sagrada como la mejor moral, pero como siempre será sexo llovido, la joven acostumbrada a cantarle a la muerte. Porque su cerebro ya no recibe órdenes. Tragando lágrimas veo su cara, más tierna que el mar al escucharlo enronquecer a mi lado, es ella al sonreír por no quererme. Con el trepidante corazón aceleradísimo me desmoralizo como montañas de arena.
Pero como lo justo es algo relativo, no hay venganza ni perdón. Ella será siempre así, y me conformo con lo el solo hecho de pertenecer a los no enterrados. Por más que hasta el fin me afecte todo tu pasado y futuro, todo lo que te pase, señora extremista, lluvia autodestructiva.
Aunque, no menos que yo, que como un perro a otro, así le ladro a mi pobre alma.

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