jueves, 9 de septiembre de 2010

Una desalmada.

Una desalmada gitana intentaba frenar mi caminata por el centro de la ciudad, y yo seguí, volvió a insistir diciéndome que solo era un minuto, en que no me iba a pedir plata. Al final giré mi cuerpo, y una vez estando frente al de ella para saber que es lo que quería, así podía seguir con mi paseo, estabilizó su mirada en la mía y como en un descuido, me profirió desgracias, en el trabajo, en la familia, en el amor. De sus dedos colgaban amuletos, pequeñas efigies, tótems, y colgantes con símbolos y formas que ignoraba totalmente.
Se acumuló en mi garganta una aborrecida acritud, por quel método malévolo de envilecer de tal manera a abatidas almas, para conseguir, o mejor dicho, sacar dinero a la gente.
Quedando nulo y sin palabras por aquella actitud, seguí caminando con la pesadumbre de saber que cualquier cosa, refleja a mi insalvada, y perecedera alegría de un día de sol, y por consiguiente, penitente, decente tristeza de saber que sigo siendo el mismo incrédulo.

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