jueves, 26 de agosto de 2010

Fernando Reyes.

Al galope. Como a un insecto te embebieron alcohol puro, por poros amarillos y con lombrices, que jamás volverán a asomar sus cabezas, colmillos.
Tiempo atrás controlaste toros, salvajemente sorprendiste a caballos, más o menos fuertes, más o menos brillosos, más o menos diestros en acertar el golpe de la muerte.
Como primer arma, desde el inocente comienzo inculpable, hasta llegar al hoy, no fue la desconfianza, ni el viajar a remotos lugares que jamás volverán a la memoria, ni el haber aceptado sueños irreparables.
Solo con tus puños pudiste, podras defenderte.

Ahora lo único que deseas es que con sales te transporten a montes frutales, o retroceder en el tiempo. Para decirle a ese pibe, no pegues porque sí, solo hazlo cuando tus manos necesiten cantar sangre.
Cuantas historias almacenas en tu cuerpo, sos el viejo que se presenta con nombre y apellido, entre una bestial sonrisa, y la solidez de tus tejidos oscuros, de tanta luminosidad y calor.

Él es un castillo, sus extremidades son torres aguerridas, siempre con la vista fragante.
La fortaleza son sus hombros, y de sus puños salen fuegos perennes, que casi nadie ve.

Él es el viejo que siempre llega teniendo por historias puras patrañas, y se aleja rengueando por haber sido un rey.

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